Día

 

“Dios oye”

 

“El ángel también dijo: —Ahora estás embarazada y darás a luz un hijo. Lo llamarás Ismael (que significa “Dios oye”), porque el Señor ha oído tu clamor de angustia.” Génesis 16:11

 

Conocemos la historia de Abram y Saraí* y los retos que enfrentaron al no poder concebir un hijo. También sabemos que Saraí opto por querer ayudar a Dios y ofreció a Abram a su sierva Agar para darle un hijo. En nuestros tiempos sería parecido a alquilar un vientre para concebir. La historia de Agar nos presenta un cuadro de una egipcia que no tenía voz propia, pues era pertenencia de sus amos. Una vez y Agar queda embarazada, Saraí siente celos. Aunque parece que admite su falta, le reclama a Abram (vs. 5) por lo que él le dice: “He aquí, tu sierva está en tu mano; haz con ella lo que bien te parezca”. (vs. 6). La historia de Agar y su hijo Ismael es un recordatorio de que Dios oye nuestro clamor en tiempo de angustia. No me imagino lo hostil que fue para Agar vivir con Saraí, tanto que decidió huir de su presencia. El relato bíblico nos dice que “la halló el ángel de Jehová junto a una fuente de agua en el desierto” (vs. 7).

Esta historia me hace pensar en tiempos hostiles que he vivido, como Dios me ha hallado sedienta en mis propios desiertos, y como ha escuchado mi clamor en tiempos de angustia. Emigré a este país a los casi dieciséis años. No sabía que iba a ser de mi vida una vez y terminara la High School. Me sentía sola y desprotegida, sin apoyo y sin rumbo. Quería regresar a mi país, huir de regreso porque en Estados Unidos me sentía prisionera. Era como no existir, no tener voz, ni oportunidades en ese momento. Recuerdo que tenía dieciocho años cuando sentí un Llamado de Dios a mi vida. Fue Dios quien me halló en mi angustia. Mi deseo era regresar a México e ingresar al Seminario Teológico en Lomas Verdes. Pero, Dios tenía otros planes para mí. Aunque tuve que esperar trece años para obtener mi residencia permanente en este país, Dios me abrió puertas para seguir estudiando. Dios escuchóٞo mi ruego y mi deseo de estudiar. 

Han sido muchos los desiertos que he atravesado, y muchas veces que Dios me ha encontrado. Pero, lo más maravilloso para mí es saber con certeza que Dios me oye en mi angustia. Que Dios me ha oído y lo seguirá haciendo. Sin importar cual difícil sea el obstáculo, mi Dios, es un Dios de imposibles. Aunque el desierto sea cruel, y exhaustivo, y que a veces seca el alma, El ángel de Jehová me halla y me salva. Te invito a recordar tus propios desiertos y abrazar esos momentos en los que Dios te ha encontrado y te ha demostrado que te está escuchando. 

*Aun sus nombres no habían sido cambiados por Dios.

Verónica Martínez-Gallegos